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Proyecto Visión 21

Una brevísima experiencia de carácter cosmopolita

Francisco Miraval“¡Spassiba!”, le dije, agradeciéndole por haberme traído algunos libros que yo necesitaba para mis estudios. “De nada”, ella me respondió inmediatamente justo antes de salir de la oficina. Ese brevísimo encuentro (no más de unos pocos segundos) se transformó con esa misma rapidez en mi mente en un claro ejemplo de la nueva “homogeneidad cosmopolita” en la que hoy vivimos.Ni ella se asombró porque yo usase una palabra en ruso (una de las muy pocas que sé, dicho sea de paso) ni yo porque ella me respondiese en español. De hecho, ese tipo de intercambios se repite con frecuencia en ese lugar, donde se hablan más de 50 idiomas y donde casi constantemente debo pedir disculpas por hablar sólo dos idiomas (aunque leo y entiendo unos cuantos más).Pero, claro está, no se trata sólo del intercambio lingüístico en el que cada uno habla el idioma del otro, algo que, aunque en cierta forma difícil, puede lograrse. Se trata más bien establecer una conexión personal, es decir, de conectarse con el “otro” valorando y celebrando su cultura, su idioma, su historia y sus tradiciones. Así me sentí yo en ese brevísimo diálogo antes mencionado.Esa situación en la que la diferencia cultural y de idioma se acepta como algo normal que une en vez de separar es lo que algunos pensadores y sociólogos actuales denominan la “homogeneidad cosmopolita”. Uno de esos pensadores es el filósofo Kwame Anthony Appiah, criado en Ghana y radicado en Estados Unidos.En su libro Cosmopolitismo. Ética en un mundo de extranjeros (2006), Appiah analiza la situación que nos toca vivir, que, según él, va más allá de las ideas de “globalización” y de “multiculturalismo” para convertirse en lo que ya en la antigüedad los griegos llamaban “cosmopolitismo”, es decir, ser (literalmente) ciudadanos del mundo.Según Appiah, el cosmopolitismo actual tiene (o debería tener) dos componentes básicos. El primero es asumir las obligaciones que cada uno de nosotros tienen para con los otros, entendiendo que esos “otros” no son solamente aquellos cercanos a nosotros, a quienes conocemos y con quienes compartimos muchas cosas, desde el mismo país hasta las mismas costumbres.Esos “otros” pueden ser personas totalmente alejadas de nosotros de quienes nada sabemos excepto que tenemos obligaciones para con ellas.El segundo elemento del cosmopolitismo post-moderno es, según Appiah, valorar con seriedad no sólo la vida humana en general sino también cada vida humana en particular. Eso significa, dice Appiah, que uno se interesa en estudiar en detalle las “prácticas y creencias” de los otros debido a que uno entiende que son esas prácticas las que les dan sentido a la vida de esas otras personas. En definitiva, el ciudadano del mundo debe sentir tanto una preocupación universal como un respeto por las diferencias legítimas. Aunque no necesariamente comparto todo lo que Appiah dice (quizá por no haberlo estudiado aún lo suficiente), comparto la idea de celebrar las diferencias como una manera de conectarnos, no de distanciarnos. Por eso, spassiba por leer esta columna.

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