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Proyecto Visión 21

La verdadera crisis es una crisis de madurez personal y colectiva

Seamos honestos: vivimos en una sociedad inmadura. No es nada nuevo: Milan Kundera ya lo proclamaba hace décadas en La Insoportable Levedad del Ser y Heráclito ya lo lamentaba hace milenios, como lo atestiguan sus fragmentarios escritos. 

Pero a esa inmadurez propia de una especie relativamente nueva en la historia total del planeta, ahora le agregamos nuestra inmadurez personal y colectiva, potenciada por avances tecnológicos que nos quitan iniciativa propia, por redes sociales que limitan nuestro pensamiento, y por instituciones dedicadas a perpetuar el pasado y a cuidar el estatus quo. 

No solamente no pensamos, sino que ni siquiera pensamos que no pensamos. Es un doble olvido: nos olvidamos de pensar y nos olvidamos de que nos hemos olvidado de pensar. Entonces, no sólo todo se transforma en un problema, sino que todo se transforma en un gran problema. Y, como no pensamos, todo lo queremos solucionar con “cosas” (dinero, por ejemplo.)

El pensamiento creativo (acostumbrado, por eso mismo, a convivir con la finitud de la vida) ha sido destituido y reemplazado por un pensamiento calculador, que no busca crear, sino que busca obtener resultados para volvernos ficticiamente inmortales. Y en esa ficción quedamos atrapados, contándonos cuentos sólo para apaciguar nuestro ego y masajear nuestro narcisismo.

La verdadera crisis no es la economía, la contaminación global, el cambio climático, la superpoblación, escases de recursos, la destrucción del planeta, el fracaso educativo, las guerras o las pandemias y epidemias. La verdadera crisis es la inmadurez colectiva que hace que el pensamiento infantil se perpetúe por décadas en la vida de las personas. 

Y no se trata de una exageración, ya que por algo existen los parques de diversiones que llevan a la “vida real” la “fantasía” de la ficción. En esos conocidísimos parques de diversiones, quienes más disfrutan son los adultos que, en realidad, nunca han dejado de ser niños.

Es verdad que enfrentamos grandes desafíos. En pocos días experimentamos más cambios de lo que las personas de hace 200 años experimentaban en toda su vida. Y esos cambios de antaño eran tan lentos que a veces no se los percibía y, por ser lentos, daban tiempo a adaptarse. Los cambios que nosotros enfrentamos son repentinos, imprevistos, profundos, irreversibles.

Además, cada día recibimos más información de la que una persona promedio de hace 100 años recibía en toda su vida. E interactuamos a diario con cientos y a veces miles de personas en casi cualquier lugar del mundo, algo que hasta principios del siglo 20 se consideraba sólo de ciencia ficción.

Y nuestro cerebro no sabe ni puede responder a esas presiones. Como bien dijo en 2009 el biólogo estadounidense Edward Osborn Wilson, tenemos un cerebro paleolítico (prehistórico) en un contexto de instituciones medievales y con tecnología de avanzada. Dicho de otro modo: somos cavernícolas y jugamos a ser dioses. Nos engañamos a nosotros mismos y nos creemos dioses. 

Mientras tanto, nada se resuelve y, peor aún, se intentan las viejas soluciones para los nuevos problemas, una clarísima señal de inmadurez. 

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