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Proyecto Visión 21

Dos familias, dos tragedias, tres muertes absurdas

Francisco Miraval

Tuve que leer la noticia dos veces para estar seguro de haberla entendido perfectamente. Tras la segunda lectura, la absurdidad de la situación me hizo pensar en la fragilidad y en la absurdidad de la vida humana y me llevó a desear que nada similar jamás se repitiese. Mi deseo, sin embargo, se desvaneció casi inmediatamente.

Según la historia, a principios de este mes Eliseo López, 42, y su esposa, Mayra, 40, residentes en una pequeña localidad en el oeste de Colorado, fueron ambos asesinados por su sobrino, Williams Anderson Amaya, de 33 años y quien vivía con ellos, luego de una aparente disputa por el perro de la familia.

Debido a que las investigaciones continúan, los detalles del desacuerdo no se dieron a conocer, pero las autoridades dijeron que se trató de algo suficientemente violento como para que los hijos de los López (dos varones de 13 y 11 años) se refugiasen en distintos cuartos de su vivienda y luego llamasen al número de emergencia 911, al escuchar los disparos.

¿Cómo puede ser –me pregunté– que alguien mate a dos personas (y en este caso, familiares directos suyos) por una pelea con respecto a un perro? Queda claro que no conocemos los detalles de la relación familiar y es obvio que en algún momento el enfrentamiento ya dejó de ser sobre el perro y pasó a ser algo personal. ¿Pero matar por un perro?

Sin dudas, me dije, esto es algo tan inusual que jamás se repetirá. Eso es realmente lo que pensé. Pero mi ilusión duró poco, ya que sólo un par de días después leí en un periódico de Buenos Aires, Argentina, el caso de un médico que asesinó a disparos a su vecino después de una pelea por y entre los perros de las dos familias.

Según la historia, Oscar Hernández, un médico de unos 60 años residente en un suburbio al norte de la capital argentina, mató a balazos a Sergio Beltrán, 60, luego de que ambos discutieron por algún problema que hubo entre sus perros. Tras el ataque, Beltrán fue trasladado a un hospital local, donde falleció, mientras que Hernández se entregó poco después a la policía local.

En definitiva, en pocos días y en dos lugares muy distantes (y no sólo en sentido geográfico), tres personas perdieron la vida al ser asesinadas por personas cercanas a ellas. Y todo comenzó por disputas sobre perros.

He escuchado de “ajustes  de cuentas” entre criminales y, lamentablemente, es común leer sobre crímenes pasionales. Pero entre las aparentes razones por las que un ser humano se decide a matar a otro nunca había escuchado los desacuerdos sobre perros. (Los perros, claro está, son totalmente inocentes, ya que no fueron ellos quienes compraron o usaron las armas.)

¿Tanto se ha desvalorizado la vida humana en nuestra sociedad, incluso la vida de aquellos que son nuestros familiares o vecinos, que aparentemente ya cualquier excusa para “deshacernos” de ellos es suficientemente buena como para hacerlo? ¿Tan narcisistas nos hemos vuelto?

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