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Proyecto Visión 21

Caminamos a oscuras por la vida, innecesariamente

Mi carro, aunque no nuevo, funciona bien y, excepto por el mantenimiento normal, no presenta mayores problemas. Sin embargo, las luces delanteras, según descubrí recientemente, ya no iluminaban como antes, por lo que un “experto” me sugirió cambiarlas, con un costo estimado en cientos de dólares.

Antes de decidirme a pagar esa suma, una rápida consulta con verdaderos expertos me llevó a comprar un paquete para restaurar esas luces y, por sólo 15 dólares y tras menos de una hora de trabajo, las luces volvieron a brillar. 

De hecho, el problema no eran las luces. No hacía falta cambiarlas. Sólo era necesario remover aquello que las oscurecía, pero que las oscurecía de tal manera y con tal lentitud, que la diferencia de iluminación entre un día y el otro era tan pequeña que uno casi no la notaba y entonces, erróneamente, uno asumía que las luces seguían iluminando como antes.

Aún peor, una vez que el problema se volvió imposible de negar, cuando quedó claro que las luces ya no iluminaban como antes, la solución propuesta por el “experto” resultaba tan costosa (tanto en tiempo como en dinero) que parecía imposible de lograr. La verdad, sin embargo, era que la restauración de la luz era sencilla, rápida y a un costo reducido.

La situación me hizo pensar que a lo largo de la vida nuestra luz interior deja de iluminar nuestro camino, y no porque esa luz interior se apague, sino porque nosotros mismos la vamos ocultando con nuestras creencias, credos, dogmas, ideologías, tendencias, modas, y autoengaños. 

Poco a poco, casi imperceptiblemente, agregamos una nueva y delgada capa de oscuridad frente a nuestra luz interior que hoy, por eso, ilumina un poco menos que ayer. Pero no nos damos cuenta. No le prestamos atención. No lo consideramos ni como un pequeño problema actual ni como un gran problema a largo plazo.

Y un día, por el motivo que sea, nuestra luz interior deja de brillar. Pero no se extinguió, sino que está solamente oculta detrás de todo el polvo de lo cotidiano, de lo temporal, que hemos dejado que se acumule sobre ella. Y, peor aún, a ese polvo de la inautenticidad, de la superficialidad, le agregamos una capa de olvido. 

Entonces, la luz que antes iluminaba nuestro camino ya no lo hace, no porque no pueda brillar, sino que nosotros se lo impedimos. Y cuando, en desesperación de volver a encontrar algo de luz para nuestra vida buscamos revertir la situación, acudimos a “expertos” que fácilmente nos convencen que la única alternativa es una costosa y larga respuesta. Pero no es así.

Al contrario de lo que sucede con las luces de los carros, cuando se trata de nuestra luz interior no existen “expertos”, porque, en primer lugar, es la luz brillando dentro de nosotros y, en segundo lugar, esa luz no se ha ni perdido. Sólo se trata de remover todo aquello que, a sabiendas o no, hemos depositado sobre la luz, impidiendo que se vea su resplandor. 

 

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