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Proyecto Visión 21

Un mundo sin ambigüedad resultaría un mundo reducido y unidimensional

Uno de los elementos básicos de todo cuento humorístico, o chiste, es dirigir la historia en una cierta dirección y luego, utilizando los múltiples significados de una palabra, repentinamente cambiar la historia en otra dirección. Ese cambio inesperado es lo que provoca la risa (por lo menos en algunos casos).

Uno de los ejemplos más comunes de ese tipo de humor es la conocida frase “No se les puede hacer bromas a los cleptomaníacos porque todo lo toman literalmente”. 

En este caso se juega con la doble posibilidad de “literalmente”: primero, que la broma sea interpretada literalmente y, por lo tanto, no sea entendida, y segundo, que “literalmente” sea parte de la descripción de “tomar todo” en el sentido de “robar”, es decir, la definición de “cleptomaníaco”. (Obviamente, no hay nada peor que tratar de explicar un chiste, como aquí tratamos de hacerlo).

En otras palabras, la variedad y multiplicidad de significados de las palabras permite el humor. Sin esa ambigüedad, sin esa ambivalencia, no habría broma posible porque el cuento no tendría un cambio de dirección y más bien se parecería a una operación matemática en la que, aunque el resultado no sea inicialmente conocido, nunca resulta inesperado. 

El humor es, entonces, la posibilidad de que las cosas no sean lo que parecen ser, que haya una interpretación distinta de la realidad, que la narración que parece decir una cosa en realidad está diciendo otra, y, en definitiva, que debido a la ambigüedad (y en muchos casos la indeterminación), el presente no sea un anticipo del futuro. 

Cuando la ambivalencia se suprime, cuando la ambigüedad se considera intolerable, cuando el lenguaje se vuelve forzadamente unívoco, el humor desparece. Y cuando el humor desaparece, también desaparece la multidimensionalidad de la vida. 

El tema, obviamente, no es nuevo. Quizá por eso no ha llegado hasta nosotros el libro que Aristóteles escribió sobre la comedia hace unos 2300 años. Quizá por eso Jesús no se ríe en ninguno de los evangelios canónicos. Y quizá por eso el humor se ha degradado a la burla o a la imitación o, aún peor, se lo considera como un insulto o como algo de mal gusto. 

En definitiva, podría decirse que el humor es algo así como un diálogo entre dos personas en las que ambas (aunque por distintas razones) están dispuestas a abrir sus mentes y corazones a una multiplicidad de interpretaciones de la realidad. 

Quizá por eso el humor tenga un efecto terapéutico, porque nos quita de lo que es y los lleva a lo que puede ser, a la alternativa, a lo inesperado, a lo ya presente pero todavía oculto. Quizá por eso se lo suprime, porque suprimir el humor es controlar la mente y las emociones de las personas. 

El humor en sí, bien entendido, es incontrolable y surge espontáneamente. A final de una larga presentación les pregunté a los participantes: ¿Qué se llevan hoy a su casa? Una joven inmediatamente me dijo, literalmente: “Profesor, ¿por qué nos enseña a robar?”

 

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