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Proyecto Visión 21

¿Quién piensa por nosotros si nosotros no lo hacemos?

Francisco Miraval

Recientemente asistí a una conferencia de filosofía organizada por una prestigiosa asociación nacional y, a pesar de que me dedico al tema desde hace tres décadas, no entendí nada o casi nada de lo que allí se decía o se presentaba.

La situación me preocupó porque, aunque no pretendo conocer todos los vericuetos de la filosofía y jamás lograré conocerlos, creo contar con los suficientes conocimientos básicos como para asistir a una conferencia de filosofía y por lo menos entender lo que se presenta.

Tras dos o tres sesiones, y casi sin quererlo, comprendí (en parte) lo que estaba sucediendo. En pocas palabras, no me estaban hablando a mí.

De los casi cien participantes, sólo el 15 por ciento eran mujeres (incluyendo una mujer asiática). Además, de las 27 presentaciones, sólo tres estuvieron a cargo de mujeres. También había dos o tres hombres hispanos y otros dos o tres hombres asiáticos.  Y esa era toda la diversidad. Todos los otros presentadores, expositores y participantes eran hombres blancos.

No me preocupa la presencia de hombres blancos en una conferencia dedicada al pensamiento (aunque no necesariamente comparto todos los elementos de la perspectiva euroamericana), pero sí me preocupa la ausencia de otros grupos en el ámbito del pensamiento filosófico.

Mi primera reacción fue pensar que quizá simplemente esos otros grupos (las así llamadas “minorías”, las mujeres) simplemente no habían asistido a la conferencia, por las razones que fueren, pero aparentemente no es así.

Una rápida revisión de las estadísticas disponibles de educación superior revela que menos del 4 por ciento de los estudiantes universitarios dedicados a la filosofía son de minorías. Y el porcentaje de profesores de filosofía que no son hombres blancos es aún menor.

En otras palabras, no es que las minorías no estaban presentes en la conferencia, sino que simplemente no forman parte, más allá de un cierto porcentaje, del ámbito académico filosófico. Tan excluidas quedan esas minorías que la conferencia antes mencionada, aunque se presentaba como “abierta” e “incluyente”, en realidad sólo lo era de una manera muy limitada.

Sé que se puede asumir (como yo mismo lo he hecho) que yo construí todo este análisis para justificar mi propia incapacidad de entender las presentaciones, por ejemplo, sobre la conexión entre física cuántica y libre albedrío. O, dicho de otra manera, las uvas estaban verdes. Pero la verdad es que pocas veces se anima a nuestros jóvenes a dedicarse a la tarea del pensar y a abrir surcos para sembrar semillas de entendimiento en una realidad cada día más compleja.

Esa exclusión (¿autoexclusión?) de las minorías del ámbito del pensar afecta también a todos los estudiantes, sin importar a qué carrera se dediquen, al crear en ellos la falsa idea de que sólo ciertas personas pueden enseñar filosofía.

Ahora entiendo por qué una joven hispana, al enterarse que yo iba a ser su profesor de humanidades, fue a la administración de la universidad y pidió cambiarse de curso, argumentando que sólo “los americanos” pueden enseñar ese “complicado” tema.

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