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Proyecto Visión 21

¿Hasta qué punto nos benefician las etiquetas y categorías?

La semana pasada leí un libro escrito en la década de 1960, el momento de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. El autor es un pastor evangélico blanco que en aquella época estaba a cargo de una congregación mayormente blanca en un vecindario mayormente afroamericano en Filadelfia.

El autor confiesa que se sentía dividido internamente por las tensiones entre los “pietistas” y los “secularistas” de su congregación. Los pietistas (llamados así por los secularistas) eran quienes no querían inmiscuirse en absoluto en “política”. Los secularistas (llamados así por los pietistas) eran quienes fomentaban la participación de la iglesia en temas sociales.

El pastor afirma que la polarización que él sentía entre pietismo y secularismo y entre estar a favor o en contra del movimiento por los derechos civiles le hacía sentir como si estuviese parado en un río con un pie en cada margen a la vez que el río se iba ensanchando. Era, dijo, una experiencia “crecientemente difícil y cada vez más dolorosa”.

Aunque ya han pasado cinco décadas desde aquella época, y aunque desde entonces muchas cosas han cambiado en nuestra sociedad, todavía insistimos en forzar a las personas y a las ideas a que se identifiquen claramente con ciertas categorías. Dicho de otro modo, “etiquetamos” a las personas.

Por ejemplo, si alguien expresa una crítica a un cierto partido político, inmediatamente se asume que esa persona pertenece al partido rival, cuando quizá no pertenezca a ningún partido y esté criticando a ambos.

Si uno afirma pertenecer a un cierto grupo religioso, se asume que entonces uno está de acuerdo con ciertas creencias, cuando quizá no sea así. Esta actitud de “etiquetar” a las personas es tan prevalente y poderosa que resulta difícil y doloroso (como decía el autor mencionado) explicar que yo me resisto a dejarme guiar por “etiquetas” políticas, sociales o religiosas.

Con demasiada frecuencia solamente se nos ofrece una disyuntiva exclusiva, donde uno tiene que ser una cosa o la otra, pero no ambas a la vez. Se nos pregunta si somos de aquí o de allá, o si hablamos este idioma o el otro, o si estamos de acuerdo con esta postura, a la vez que rechazamos la otra.

Para quienes sólo piensan en términos de categorías y “etiquetas”, respuestas como “soy de aquí y de allá”, “hablo este idioma y el otro”, o “estoy en parte de acuerdo con esta postura y en parte de acuerdo con la otra” (o no acepto ninguna, o las acepto a las dos) son respuestas carentes de sentido. “Tienes que definirte”, nos dicen.

¿Pero es verdad que tenemos que definirnos, tomar partido, aceptar etiquetas y guiarnos por categorías? ¿Debemos realmente vivir en constante polarización política, religiosa y social?

Creo que esas “etiquetas” que nos obligan a definirnos son un escape facilista que nos evita la ardua tarea de pensar y de asumir nuestras responsabilidades y, por eso mismo, son a la vez un claro mecanismo de control, al limitar nuestra creatividad, libertad y espontaneidad.

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